Hace mucho… mucho tiempo, que no me pongo delante de un
teclado a divagar de lo divino y lo humano;
y la verdad es que siempre tengo alguna historia que contar, ... o que me cuentan, bien por
ocurrida, bien por inventada; pero hay una especie de áurea invisible de desgana que me envuelve, y tengo que estar en continua rutina
programada si no… , me sienta en un rincón del sofá más viejo, de la
habitación más sola que da a poniente, de cualquier casa vacía y allí me deja horas y
horas.
Yo me engaño y me digo, que es que son preciosos los atardeceres, o
que no hay paz más inmensa que ver cómo se va la luz del día
minuto a minuto… pero que va!…. luego cuando ya es de noche, y no tengo más remedio que encender la luz,
siento como se me perdió en un rincón del sofá más viejo, de la habitación más
sola que da a poniente, de cualquier casa vacía… toda una tarde de mi vida.
Aunque reconozco que dejarse llevar por esa pereza tibia engancha; y mientras
estoy en ese quehacer de no hacer nada, me voy a otros sitios; ... al lado de
otras personas… , a otras realidades paralelas… , en definitiva,
conjugo el verbo querer en casi
todos sus tiempos, desde el deseo más intimo
del pretérito imperfecto, a
preguntarme del porqué algunas veces resultó que ese deseo, acabó siendo
pretérito pluscuamperfecto.
En fin… Ya sé que no
vale como excusa casi para nadie… y en cuanto oscurezca del todo tampoco para
mí, pero este atardecer tiene una luz
llena de tonos que van desde el violeta
al rojo para morir naranja en el horizonte, la temperatura es la
justa para evadirte al país de peter pan, y la brisa no deja de murmullar música zen cerca
del rostro… como decir que no… al rincón del sofá más viejo, de la habitación más sola que da a
poniente, de cualquier casa vacía...